En
el último podcast de los Verdhugos recomendé en un momento de desesperación la
novela DARK ORBIT de Carolyn Ives
Gilman. La desesperación no se debía a que no fuera buena, sino a que en
realidad no se trata de un libro nuevo. Salió a mediados del 2015, pero si son
pobres como un servidor (o tacaños) hubo que esperar hasta el mes pasado para
que nos llegara la edición en rustica a precios (ligeramente) más asequibles.
La verdad es que de haber sabido de antemano lo buena que es a la mejor habría
comprado la versión en tapa dura, aunque eso significara comer latas de atún
toda una semana. Yo ya le tenía muchas ganas por un par de razones. Soy
seguidor incondicional de esta escritora desde que leí sus novelas cortas
“Arkfall” y “The Ice Owl” hace un par de años. Historias tan buenas que uno se
pregunta por qué no es más conocido el nombre de esta mujer. La novela ocurre
en el mismo universo de los Veinte Planetas de esos dos relatos previos pero es
completamente independiente. No es necesario haberlos leído para entenderla (la
frase “Veinte Planetas” se menciona tan solo dos veces en todo el libro) de la
misma manera que se puede leer THE LEFT
HAND OF DARKNESS sin jamás haber abierto primero ROCANNON’S WORLD. Como verán a continuación, estos dos ejemplos no
son accidentales.
En
efecto, recuerdo que lo segundo que atrajo mi atención de este libro el año
pasado fue el entusiasmo con el que Ursula Le Guin lo recomendó en varios
lugares. Como quizá sepan, la señora Le Guin no suele promover novelas (ni
siquiera las suyas) con mucha frecuencia. Uno no tarda mucho en descubrir por qué
el libro le gustó tanto y sin embargo creo que le puede interesar no solo a los
lectores de Le Guin. Si bien es cierto que Gilman escribe aquí una novela de CF
antropológica como las que Le Guin producía en los 70s, también hay que añadir
que lo hace usando únicamente la más rigurosa ciencia. Hay escenas que parecen
arrancadas de una novela de Peter Watts, mientras que el extraño coctel de
filosofías y creencias de medio oriente recuerdan más bien los libros de Frank
Herbert. Verdaderamente una novela original.
Uno
de los aspectos más intrigantes del libro son los efectos sociales que los
viajes interestelares han causado en la Humanidad. En un universo donde no
existen los viajes más rápidos que la luz, aquellos que deciden viajar a otras
estrellas se encuentran fuera de la secuencia de la Historia, de la
“continuidad” de toda la raza, sus vidas poco más que fragmentos distribuidos a
lo largo de las décadas y los siglos. Extranjeros perpetuos. El resto de la
humanidad los llama, con desprecio, Wasters. Ellos, por su parte, llaman a los
demás Planters. Gente que vive una monótona secuencia lineal de tiempo, siempre
en un mismo lugar, como macetas. Lo único que les importa es su propia época.
La gravedad planetaria deforma sus ambiciones e imaginación. Mientras que para
ellos el tiempo ocurre, para los
Wasters solo existe el ahora. Por supuesto, escoger cuál de las dos vidas
preferiríamos vivir no es tan sencillo como parecería al principio.
Sara,
una mujer Waster que ha caído en desgracia, es contratada por una corporación
para ser enviada en un viaje a 58 años luz para investigar un planeta habitable
que se encuentra en una región del espacio saturada por materia obscura, de
bizarras anomalías gravitacionales y donde las leyes de la física parecen
comportarse de manera extraña. La verdadera razón por la que es enviada no es
por ser una exo-etnóloga sino para vigilar a una mujer llamada Thora, cuyo
incomodo pasado hace necesario que la manden muy, muy lejos. Cuando llegan a
las coordenadas correctas, casi 60 años después, encuentran un mundo infestado
de formas cristalinas. Cuando amanece, la luz del sol hace que la superficie
entera destelle como un caleidoscopio. El sentido de la vista es inútil. Ni
siquiera lentes obscuros sirven cuando descubren que estos cristales en
realidad son algo muy distinto. La escena cuando uno de ellos atraviesa con su
brazo uno de estos “cristales” y su mano aparece del otro lado doblada, como si distorsionada por agua,
es un verdadero momento de sense of wonder. Lo que primero nos haría suponer
que se vienen página tras página de descripciones liricas sobre la geometría de
los cristales y los colores de la luz que los atraviesa, a la Ballard (o las de
CHAGA de Ian McDonald, para usar un
ejemplo más reciente) pasa a segundo plano cuando DARK ORBIT se convierte en un libro muy pero muy diferente a partir
del momento en que los exploradores encuentran a nativos, y al mismo tiempo
Thora desaparece misteriosamente.
A
continuación la mitad de los capítulos de la novela son narrados por Thora,
atrapada en un universo de obscuridad absoluta. (El libro es quizá imposible de
adaptar a otro medio a menos que estén dispuestos a pasar largos periodos de
tiempo viendo una pantalla en negro). Estos capítulos acaban volviéndose
claustrofóbicos para el lector. El tiempo no existe en tal lugar. No hay día ni
noche. Es como estar atrapado dentro de tu propia cabeza. Ni cerrar los ojos
ayuda para escapar. Thora duerme sin saber cuánto tiempo ha pasado, sin
siquiera saber si ha abierto los ojos. Mientras esto ocurre, Sara intenta
enseñar a “ver” a uno de estos nativos que viene del lugar donde Thora está
atrapada. Una joven muchacha que está ciega, técnicamente, pero una ceguera que nace en el cerebro, no en los ojos. Es en ambas
series de capítulos que podemos vislumbrar el verdadero propósito de Gilman, que
logra que nos hagamos cuestionar la manera que procesamos la información que
recibimos a partir de nuestros cinco sentidos, editando la gran mayoría de
detalles innecesarios. El “mundo real” que percibimos es un muy pobre reflejo
del verdadero. Un cuestionamiento casi ontológico que va más allá de lo que Watts,
o inclusive Egan han llegado. Antes
de terminar, Thora y Sara (y aquellos lectores con la suficiente imaginación) descubrirán
las dimensiones adicionales “enrolladas” a nuestro alrededor propuestas por la cosmología
de branas que hacen al universo mucho más grande, y pequeño, de lo que en un
principio habíamos sospechado. Vivimos rodeados de un sinfín de universos y si bien son muchos los autores que pretenden explorarlos, Gilman parece ser la única que nos enseña el camino hacia cada uno de ellos. La
verdad es una lástima que esta mujer escriba con tan poca frecuencia pero
mientras mantenga este nivel yo la seguiré buscando.
Hola :) He comprado ya solo con lo de Le Guin (como bien dices, no suele promover mucho a nadie), aunque ya le tenía echado el ojo por otras reseñas. Me ha hecho gracia lo de las latas de atún, básicamente por que en mi vida universitaria vivía de eso y pasta para permitirme mis libros XD Un abrazo^^
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