Después
de la reseña del lunes pasado, platicando sobre los libros que Dozois edita, alguien
en mi muro mencionó anoche la idea de cuál sería la mejor antología de
ciencia-ficción de todos los tiempos. Entiendo que la idea era la de iniciar
una divertida platica donde cada quien ofrecería varias posibles candidatas,
diferentes libros del pasado que nos traerían a cada quien una infinidad de recuerdos
agradables, pero según yo esa conversación en particular inicia y acaba muy
rápido (el mata-fiestas, ya saben). THE
SCIENCE FICTION HALL OF FAME, editada, en 1970 por Robert Silverberg, es la
mejor antología de CF de todos los
tiempos, punto. Reto a cualquiera a que ofrezca otra. El mismo Lester del Rey,
editor legendario por sus exigentes criterios y estándares de calidad imposibles,
admitió que hasta el subtítulo de la antología era muy apto: “The Greatest
Science-Fiction Stories of All Time”. Como diría Don King, libra por libra,
simplemente no existe mejor antología.
La
idea era organizar un voto entre los miembros de la SFWA (Science-Fiction
Writers of América) para que escogieran los mejores cuentos cortos (de menos de
15 mil palabras) que se habían publicado antes de 1965. La razón del corte
arbitrario era que en 1965 es cuando había iniciado el premio Nebula, otorgado
por la misma SFWA a lo mejor del género cada año, lo que establecía (por lo
menos “oficialmente”) cuáles eran los mejores relatos desde entonces. El premio
Hugo, que antedata a los Nebula por casi una década, no era el oficial ya que
es votado por los lectores, por lo que no había alguna manera de juzgar a
todas aquellas obras anteriores a 1965. El resultado, por supuesto, gozó del
privilegio de nutrirse de lo mejor de lo mejor de la Edad de Oro de la CF.
El
libro inicia, ni más ni menos, que con “A Martian Odyssey”, el clásico
indiscutible de Stanley G. Weinbaum de 1934. Asimov alguna vez calificó a
Weinbaum como la “Segunda Nova” en la historia de la CF, y gran parte del
crédito se lo lleva este pequeño cuentito que en sus apenas 24 paginas logró revolucionar a todo el género de la noche a la mañana. El mismo Asimov
participa con su famoso “Nightfall” de 1941, el cuento que recibió la mayor
cantidad de votos. “Twilight” de John Campbell también hace acto de presencia
(aunque muy en lo personal este relato siempre se me ha hecho algo sobrevaluado
no hay manera de negar su importancia histórica). Varios favoritos de mi
infancia están presentes, como “Helen O’Loy” de Lester del Rey y “Microcosmic
God” de Theodore Sturgeon. En mi opinión es imposible leer estos cuentos de
niño y no enamorarse de la CF para siempre. “Scanners Live in Vain” de
Cordwainer Smith era otro que yo leía y releía compulsivamente de pequeño.
Heinlein no podía faltar, claro, y nos ofrece “The Roads Must Roll” (una
elección muy pertinente, si me
preguntan a mí, porque si son de aquellos que odian a Heinlein, y sé que en
Latinoamérica hay varios, van a detestar
este cuento y a su protagonista ingeniero súper-competente. En cierta forma, el
prototípico cuento Heinlein). Resumiendo, si hay algún relato de la Edad de Oro
que ustedes recuerdan con cariño, hay muy buenas posibilidades que se lo
vuelvan a encontrar dentro de estas páginas. Por ejemplo, “The Weapons Shop” de
A. E. van Vogt (seguro leyeron la novela), o “First Contact” de Murray Leinster, o
“Arena” de Fredric Brown. Los años 50 están representados excelsamente con
joyas brillantes como “Born of Man & Woman” de Richard Matheson (el primer
cuento que publicó en su vida, por increíble que parezca), “The Nine Billion
Names of God” de Arthur C. Clarke (Clarke fue el único escritor con dos relatos entre los primeros 15
lugares de la lista. El otro era “The Star”, y no envidio a Silverberg la labor
de tener que escoger solo uno), “The Cold Equations” de Tom Godwin (quizá el
relato de CF más famoso de todos los tiempos donde nadie conoce otra cosa de su
autor), “It’s a Good Life” de Jerome Bixby (la adaptación que hizo THE TWILIGHT ZONE es quizá el episodio
más famoso de la serie), “The Quest for Saint Aquin” de Anthony Boucher (que de
alguna manera logra adelantarse al mejor conocido “A Canticle for Leibowitz”
por casi 5 años), el grotesco “Coming Attraction” del maestro Fritz Leiber que
tanto me asustaba de niño, “Surface Tension” de James Blish (cuando hablan de
la CF Dura de la década de los 50s invariablemente mencionan las novelas de Hal
Clement, sobre todo MISSION OF GRAVITY.
Yo argumentaría que este relato es un ejemplo aún mejor), el esquizofrénico “Fondly
Fahrenheit” de Alfred Bester (Bester era mejor novelista que cuentista, pero
este es una brutal obra maestra), y el clásico eterno “Flowers for Algernon” de
Daniel Keyes. De los 60s tan solo el sublime “A Rose for Ecclesistes” de
Zelazny logró entrar, y vaya que cualquier otra antología desearía tener a tal
obra como cierre de contenidos. De nuevo, vuelvo a retar a cualquiera a que ofrezca otra que le pueda quitar el trono.
Como puro breviario cultural, THE SCIENCE FICTION HALL
OF FAME fue tan exitosa que en 1973 decidieron añadir una “pequeña” continuación,
esta vez editada por Ben Bova. Muchos no habían quedado satisfechos con que el
volumen original no incluyera novelas cortas. El género de la CF parecería
idealmente hecho para este formato, donde se puede experimentar con lujo de
espacio pero sin llegar a las dimensiones de una novela. En efecto, varias de las historias más recordadas son novelas cortas. La razón de su
ausencia, por supuesto, había sido la cantidad de páginas necesarias para
incluir novelas cortas, así que un volumen entero dedicado a las mismas parecía
la solución ideal. A la mera hora, aun incluyendo tan solo 22 novelas cortas, fueron necesarios dos volúmenes igual
de gruesos que el original. En otras palabras, ten cuidado a la hora de hacer
un deseo porque a la mejor se te hace realidad. El proyecto era tan ambicioso
que hasta incluyó un par de novelas cortas del siglo XIX (“The Time Machine” de
H. G. Wells y “The Machine Stops” de E. M. Forster, un autor que no necesariamente
relacionamos con la CF). El primer volumen inicia con “Call Me Joe” de Poul
Anderson, donde un hombre parapléjico utiliza un cuerpo artificial por control
remoto para explorar la superficie oculta de Júpiter. Si la premisa les es
vagamente familiar es porque esta fue una de las muchas obras que James Cameron
plagió con descaro, como es su costumbre, a la hora de escribir su película AVATAR. No quedándose atrás viene la
paranoica “Who Goes There?” de John Campbell (me quejé ligeramente por “Twilight”
pero esta obra no recibe ningún pero
de mi parte), “Nerves” de Lester del Rey (estoy seguro que todos recuerdan
haber leído la traducción de editorial Martínez Roca), “Universe” de Heinlein
(hasta el día de hoy la historia de naves generacionales bajo la que todas las demás se miden, como se demostró hace un par de semanas en la reseña de AURORA), la horripilante “Baby is
Three” de Theodore Sturgeon (que eventualmente se convertiría en la parte
intermedia de su novela más famosa, MORE THAN HUMAN), la hermosísima “The Ballad
of Lost C’Mell” de Cordwainer Smith, y termina con “With Folded Hands” de Jack
Williamson.
El
segundo volumen trae a “The Martian Way” de Asimov, “Earthman Come Home” de
James Blish (una de su larga serie de “Cities in Flight”, y donde esa memorable
imagen de la Edad de Oro de la ciudad de Manhattan volando a través del espacio
interestelar tuvo su origen), “Rogue Moon” de Algis Budrys, quizá su obra más
popular (aunque la verdad siempre me ha gustado más su novela de los 70s MICHAELMAS), “The Witches of Karres” de
James Schmitz (la trama de esta space opera será un perfecto disparate pero es muy divertida), la maravillosa “The Big
Front Yard” del siempre confiable Clifford D. Simak (la semilla de donde su WAY
STATION nacería unos años después), la excéntrica “The Moon Moth” (¿acaso
alguien, quien sea, podría haber escrito esta historia aparte del genial
Vance?), y “The Midas Plague” de Fred Pohl. Por desgracia, la extraordinaria
“By His Bootstraps” de Heinlein no pudo ser incluida ya que “Universe” (que
recibió más votos) ya estaba presente, mientras que “A Canticle for Leibowitz”
de Walter M. Miller y “The Fireman” de Bradbury no pudieron aparecer debido a conflictos con
derechos de publicación (ambas existían en ese momento en forma de
libros, la primera como la novela homónima de Miller y la segunda, obvio, como FAHRENHEIT 451)
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